sábado, 26 de marzo de 2011

Higiene

Últimamente me estoy rodeando de personas que aportan a mi vida algo muy necesario: dosis extraordinarias de higiene social, mental y moral.
Y porque nunca es tarde para perder el miedo al qué opinarán los demás, a dejar de prestar atención a los posibles desprecios, malas artes y envidias encubiertas, desoir de una vez por todas las maledicencias....
En definitiva, tengo grandes amigos a día de hoy que ayudan mucho a practicar un sanísimo egoísmo que sienta la mar de bien para el cutis, y para el equilibrio mental.
Por tanto, mantendré estos buenos hábitos que estoy adquiriendo, y seguiré siendo yo misma, pero sin culpabilidad ni necesidad de ir por la vida pidiendo disculpas por respirar, o sintiéndome obligada a quedar bien con todo el mundo.
Así, que desde aquí, a los que me enseñan a usar mejor esa fuerza que sin duda ya estaba en mi interior, GRACIAS.

viernes, 25 de marzo de 2011

Como gata boca arriba

Con "las patas colgando" como diría mi abuela.
Así me quedo yo viendo la extraña actitud de algunas personas.
Homo homini lupus, afirmó Plauto y luego Hobbes. Y no se equivocaban.
También mi abuela decían que a los que enjuician, critican, o despellejan vivos a los demás, cuando éstos (los demás) no están hay que darles razones, para que, si te odian y maldicen, lo hagan con razón.
Ahora me doy cuenta, que pese a no haber podido disfrutar de una educación completa, ni hacer gala de una cultura de excepción, mi abuela era excepcional, y cuando sentenciaba, lo hacía con la sabiduría de la vida, de la experiencia, del sufrimiento...
Recuerdo cuando contaba historias de la guerra, y de su miedo a volver a vivir esa época en que había cierta licencia para odiar y matar, dando rienda suelta a las envidias y a las pasiones más bajas.
Contaba ella, que los vecinos se odiaban, simplemente por tener menos tomates en la huerta que el de la huerta de al lado...y así, por exceso de rojez, acusaban al que vivía puerta con puerta de comunista.... irónicamente, un día llegaban y se llevaban al vecino, simplemente por tener no sólo más tomates, sino más hijos, y éstos además, más guapos que los propios.
Así de triste.
Menos mal que no estamos en guerra, o eso parece, y que los vecinos, o simplemente el prójimo, no puede venir a pegarte un tiro...
O quizás sí, y se lleve a tu hija adolescente, para asesinarla, hacer desaparecer su cuerpo, y reirse de ti en tus narices. Total, la impunidad es un hecho.
Y El Cuco ha sido absuelto. Qué sociedad tan mediocre, qué chabacanería.
Pero bueno, mientras exista Jorge Javier Vázquez y su basurero millonario, que nos las den todas por el mismo sitio. Qué calladitos estamos, tan fieros que hemos sido siempre...
Parece que mi abuela tenía razón, en todo. Pero no las monjas del colegio en el que me crié.
Ingenuas ellas, inculcaban las buenas obras. Si hacíamos el bien, recogeríamos los frutos.
Se vé que no, y que no siempre, sino nunca, ganan los buenos.

viernes, 11 de marzo de 2011

Egus Poéticus

Nadie mejor que Larra para describir la frustración más profunda de los que, o bien por afición, por vocación, por ganarse las lentejas, o por todas esas razones juntas, se dedican al noble oficio de darle a la pluma, o en estos tiempos tecnológicos, a la tecla, y "escribir es llorar", en España, y más en Andalucía "la baja" (guiño a los amigos de la compañía teatral La Zaranda). O yo diría que sentir amor a las letras es maravilloso, sí, pero una gran putada, con perdón, cuando hoy día está de moda ser poeta, novelista o cuentista.
Cualquiera puede publicar cualquier cosa, tenga o no calidad. Se venden menos libros cada vez, y la crisis avanza, pero hay megapoetas y chupi-poetas por doquier.
El ansia enfermiza de notoriedad, el aburrimiento, el "si ese puede yo también", y la obesidad mórbida del ego como nueva epidemia en las letras del siglo XXI van diezmando a su paso todo lo que encuentran, dejando atrás tierra baldía y mucha desilusión.
Un amigo escritor de poesía, de esos de los que sí lo son, me consolaba en mis momentos de riesgo de huída por mi parte, argumentando que esto es puntual, que la manía poética de usar y tirar que ahora estamos viviendo pasará, y prevalecerán los textos, los versos, la poesía por encima de los nombres o los focos en esos absurdos clubes de la comedia donde se recita emulando a Lady Gaga.
Todo es una racha, una extraña corriente grotesca, que nada tiene que ver con el lenguaje, con el verdadero sentido de una poética que parece haber pasado a segundo plano.
No todo es poesía, ni la poesía lo es todo.
Pero en los tiempos del todo vale, también se incluye en el mismo saco, no sólo a la poesía, sino a la literatura en general, con todos sus géneros y variantes.
Escribir un libro parece fácil. Publicarlo, parece que también.
Cualquiera puede labrarse un nombre y un pseudoprestigio rápido en las redes sociales, dando la lata suficiente, alardeando de todo lo que se hace, o se pretende hacer.
Tener o no talento no importa demasiado. Lo más imortante es presentar cualquier cosa, da igual la métrica, el estilo, el contenido o la forma a TODOS los concursos que aparezcan en el google. Alguno cae, seguro. Ya sea en Yucatán, Colbun o en un pueblo perdido de algún lugar inhóspito (que conste que no tengo nada en contra de esos concursos, quizás sean hasta más puros que los más conocidos para el mundillo, porque ya sabemos como funciona cualquier cosa que esté monopolizada por seres humanos, nos meteremos todos).
Lo que menos importa son las palabras, el poema en sí pasa a segundo plano. Importa cómo se recite, a quien se recite, y si hay suficientes luces de colores enfocando, o muchas cámaras de televisión.
¿Dejar un poema dormir, para revisarlo o pulirlo? Qué tontería. ¿Tirar de oficio? Qué estupidez.
Mejor lo que se vomita directamente sobre el papel (o la pantalla en su defecto),
Y lo más triste es que muchos poetas fuera de serie están quedando ninguneados por aquellos personajes más mediáticos, o más duchos en esto del márketing, o las relaciones públicas.
Triunfan los que saben venderse. Eso es una máxima que no falla.
La cuestión es que estamos hablando de poesía, de literatura y no de tejido empresarial.
Son otro tipo de tejidos los que nos preocupan, aquellos que conforman la sensibilidad, aquellos que son la materia prima de la que surge el arte, aunque editores y libreros vivan de ese arte, y en el fondo, todo se traduzca a dinero y negocio.
Pero eso es harina de otro costal, y formaría parte de otro debate, u otro artículo. Sin duda es necesario que la poesía recobre el valor que se merece, y que igual que se contrata a músicos, monologuistas o magos para un espectáculo, si se invita a un poeta para que "distraiga" al personal de un bar, o una sala, éste debe ser recompensado, al menos comprando sus libros para poder seguir adelante en este camino tan complicado, el cual, la mayoría de las veces, viene impuesto desde el nacimiento, y está en la misma sangre.
Aquellos que están realmente "tocados", "heridos" por este extraño vicio de escribir, de poetizar la realidad circundante, de pensar en palabras dispuestas a modo de imágenes, fogonazos del interior, revestidos de tropos, fórmulas silábicas, símbolos,... lo saben, lo saben bien. Y se distinguen entre la muchedumbre.
Y en esa verdad no caben los mediocres.
Otra amiga siempre me dice que para no ver, basta con cerrar los ojos. Y he dejado de pensar que es una actitud cobarde. Más bien todo lo contrario. A veces hay que taparse los ojos y esperar que pase la tormenta, y mientras, guardar en el gaznate un buen puñado de versos para ponerlos en pie, con trabajo, con mimo, con tiempo suficiente.
Con casi total seguridad (me guardo el casi para no caer en la apatía total, o en la desesperación en el peor de los casos) mis textos no se recordarán, no llegaré al Párnaso, ni conviviré con las musas. Tampoco me erijo abanderada de ninguna causa perdida.
No soy nadie para juzgar, aunque sí para opinar, ya que es un derecho de todo ser humano más o menos inteligente.
Quizás la mediocridad me haya infectado desde las raíces, sin tratamiento posible.
Pero lo que sí procuro es poner a dieta el ego, siempre que noto que pesa más de lo normal, y a base de sano ejercicio de humildad y altruísmo (a veces me paso de altruísta y caigo en la gilipollez más absoluta siendo deudora de mi misma), mantengo la línea y la cordura.