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Es un alivio que aquí no se celebren bailes de fin de curso al estilo de las películas norteamericanas. Sí. Me refiero a esos bailes donde se estrena vestido, y el chico recoge a la chica, le regala un brazalete, una flor, y juntos marchan al polideportivo del instituto a bailar al amor de un bola de espejos y una orquesta.
Menos mal que a mis dieciséis años no había bailes.
Aún hoy busco en el espejo a una chica sobrada de peso y falta de estima. Ya no la encuentro. Pero sé que ella me busca.
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Atónitos ojos los que miran a través de mi tiempo y tu silencio.
Huyó el frío que nos provocaba abrazos, en cascada, haciéndonos saltar frente a los escaparates de las librerías, donde una vez me prestaste un pequeño sueño de papel.
Huyó el frío, porque el calor es más fuerte, y si quema, mejor. Ya se sabe que en el infierno, el fuego, es bienvenido y las lisonjas de los extraños queman, arrasan hectáreas boscosas de confianza (la que nos teníamos a la sombra, entre susurros, envueltos en suave vapor).
Hay demasiado ruido. Pero la verdad no se grita. Ni el cariño se impone.
Mejor espero a que regreses con un poema de agua. Quizás sean los versos los que me defiendan.
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Ante mis cuitas, los amigos y los que no lo son tanto, creen aconsejarme bien.
"Yo no me meto en problemas". "A mi esas cosas no me ocurren". "Pasa de todo". "Yo no tengo enemigos".
Argumentos que recojo y guardo en mi caja de los pesares, donde almaceno primorosamente el dolor, por si le sirviera a alguien.
Ellos se engañan, o quizás me engaño yo.
Mi envoltura es muy visible, y mis carnes, contundentes. Pero la fragilidad rotunda de mis pasos se deshace cada noche, para rehacerse en la mañana, cuando al despertar recuerdo que es cierto, que hay desamistad y hay desamor.
Yo tampoco me meto en problemas. Hablé de aquel, de aquella, de uno o de otro, como todos. Y hechos son amores, y las palabras no se las lleva el viento, qué va. El viento me las trae, de vuelta, más rabiosas, y me despeinan la vida entera.
Siempre hubo conjuras. De los anodinos no se habla en los mentideros.
Resignación, me digo. Si tengo enemigos, es porque me aman apasionadamente.
Menos mal que a mis dieciséis años no había bailes.
Aún hoy busco en el espejo a una chica sobrada de peso y falta de estima. Ya no la encuentro. Pero sé que ella me busca.
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Atónitos ojos los que miran a través de mi tiempo y tu silencio.
Huyó el frío que nos provocaba abrazos, en cascada, haciéndonos saltar frente a los escaparates de las librerías, donde una vez me prestaste un pequeño sueño de papel.
Huyó el frío, porque el calor es más fuerte, y si quema, mejor. Ya se sabe que en el infierno, el fuego, es bienvenido y las lisonjas de los extraños queman, arrasan hectáreas boscosas de confianza (la que nos teníamos a la sombra, entre susurros, envueltos en suave vapor).
Hay demasiado ruido. Pero la verdad no se grita. Ni el cariño se impone.
Mejor espero a que regreses con un poema de agua. Quizás sean los versos los que me defiendan.
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Ante mis cuitas, los amigos y los que no lo son tanto, creen aconsejarme bien.
"Yo no me meto en problemas". "A mi esas cosas no me ocurren". "Pasa de todo". "Yo no tengo enemigos".
Argumentos que recojo y guardo en mi caja de los pesares, donde almaceno primorosamente el dolor, por si le sirviera a alguien.
Ellos se engañan, o quizás me engaño yo.
Mi envoltura es muy visible, y mis carnes, contundentes. Pero la fragilidad rotunda de mis pasos se deshace cada noche, para rehacerse en la mañana, cuando al despertar recuerdo que es cierto, que hay desamistad y hay desamor.
Yo tampoco me meto en problemas. Hablé de aquel, de aquella, de uno o de otro, como todos. Y hechos son amores, y las palabras no se las lleva el viento, qué va. El viento me las trae, de vuelta, más rabiosas, y me despeinan la vida entera.
Siempre hubo conjuras. De los anodinos no se habla en los mentideros.
Resignación, me digo. Si tengo enemigos, es porque me aman apasionadamente.