viernes, 11 de marzo de 2011

Egus Poéticus

Nadie mejor que Larra para describir la frustración más profunda de los que, o bien por afición, por vocación, por ganarse las lentejas, o por todas esas razones juntas, se dedican al noble oficio de darle a la pluma, o en estos tiempos tecnológicos, a la tecla, y "escribir es llorar", en España, y más en Andalucía "la baja" (guiño a los amigos de la compañía teatral La Zaranda). O yo diría que sentir amor a las letras es maravilloso, sí, pero una gran putada, con perdón, cuando hoy día está de moda ser poeta, novelista o cuentista.
Cualquiera puede publicar cualquier cosa, tenga o no calidad. Se venden menos libros cada vez, y la crisis avanza, pero hay megapoetas y chupi-poetas por doquier.
El ansia enfermiza de notoriedad, el aburrimiento, el "si ese puede yo también", y la obesidad mórbida del ego como nueva epidemia en las letras del siglo XXI van diezmando a su paso todo lo que encuentran, dejando atrás tierra baldía y mucha desilusión.
Un amigo escritor de poesía, de esos de los que sí lo son, me consolaba en mis momentos de riesgo de huída por mi parte, argumentando que esto es puntual, que la manía poética de usar y tirar que ahora estamos viviendo pasará, y prevalecerán los textos, los versos, la poesía por encima de los nombres o los focos en esos absurdos clubes de la comedia donde se recita emulando a Lady Gaga.
Todo es una racha, una extraña corriente grotesca, que nada tiene que ver con el lenguaje, con el verdadero sentido de una poética que parece haber pasado a segundo plano.
No todo es poesía, ni la poesía lo es todo.
Pero en los tiempos del todo vale, también se incluye en el mismo saco, no sólo a la poesía, sino a la literatura en general, con todos sus géneros y variantes.
Escribir un libro parece fácil. Publicarlo, parece que también.
Cualquiera puede labrarse un nombre y un pseudoprestigio rápido en las redes sociales, dando la lata suficiente, alardeando de todo lo que se hace, o se pretende hacer.
Tener o no talento no importa demasiado. Lo más imortante es presentar cualquier cosa, da igual la métrica, el estilo, el contenido o la forma a TODOS los concursos que aparezcan en el google. Alguno cae, seguro. Ya sea en Yucatán, Colbun o en un pueblo perdido de algún lugar inhóspito (que conste que no tengo nada en contra de esos concursos, quizás sean hasta más puros que los más conocidos para el mundillo, porque ya sabemos como funciona cualquier cosa que esté monopolizada por seres humanos, nos meteremos todos).
Lo que menos importa son las palabras, el poema en sí pasa a segundo plano. Importa cómo se recite, a quien se recite, y si hay suficientes luces de colores enfocando, o muchas cámaras de televisión.
¿Dejar un poema dormir, para revisarlo o pulirlo? Qué tontería. ¿Tirar de oficio? Qué estupidez.
Mejor lo que se vomita directamente sobre el papel (o la pantalla en su defecto),
Y lo más triste es que muchos poetas fuera de serie están quedando ninguneados por aquellos personajes más mediáticos, o más duchos en esto del márketing, o las relaciones públicas.
Triunfan los que saben venderse. Eso es una máxima que no falla.
La cuestión es que estamos hablando de poesía, de literatura y no de tejido empresarial.
Son otro tipo de tejidos los que nos preocupan, aquellos que conforman la sensibilidad, aquellos que son la materia prima de la que surge el arte, aunque editores y libreros vivan de ese arte, y en el fondo, todo se traduzca a dinero y negocio.
Pero eso es harina de otro costal, y formaría parte de otro debate, u otro artículo. Sin duda es necesario que la poesía recobre el valor que se merece, y que igual que se contrata a músicos, monologuistas o magos para un espectáculo, si se invita a un poeta para que "distraiga" al personal de un bar, o una sala, éste debe ser recompensado, al menos comprando sus libros para poder seguir adelante en este camino tan complicado, el cual, la mayoría de las veces, viene impuesto desde el nacimiento, y está en la misma sangre.
Aquellos que están realmente "tocados", "heridos" por este extraño vicio de escribir, de poetizar la realidad circundante, de pensar en palabras dispuestas a modo de imágenes, fogonazos del interior, revestidos de tropos, fórmulas silábicas, símbolos,... lo saben, lo saben bien. Y se distinguen entre la muchedumbre.
Y en esa verdad no caben los mediocres.
Otra amiga siempre me dice que para no ver, basta con cerrar los ojos. Y he dejado de pensar que es una actitud cobarde. Más bien todo lo contrario. A veces hay que taparse los ojos y esperar que pase la tormenta, y mientras, guardar en el gaznate un buen puñado de versos para ponerlos en pie, con trabajo, con mimo, con tiempo suficiente.
Con casi total seguridad (me guardo el casi para no caer en la apatía total, o en la desesperación en el peor de los casos) mis textos no se recordarán, no llegaré al Párnaso, ni conviviré con las musas. Tampoco me erijo abanderada de ninguna causa perdida.
No soy nadie para juzgar, aunque sí para opinar, ya que es un derecho de todo ser humano más o menos inteligente.
Quizás la mediocridad me haya infectado desde las raíces, sin tratamiento posible.
Pero lo que sí procuro es poner a dieta el ego, siempre que noto que pesa más de lo normal, y a base de sano ejercicio de humildad y altruísmo (a veces me paso de altruísta y caigo en la gilipollez más absoluta siendo deudora de mi misma), mantengo la línea y la cordura.

3 comentarios:

  1. Me encanta...
    Muy bueno lo de "Obesidad mórbida del ego"...

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  2. Charito, los buenos son leídos por buenos lectores...eso es así. Ánimo, poeta

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  3. Muchas gracias por tus comentarios Maka!!!! Me ha hecho mucha ilusión que leas mis cositas. A ver cuando te animas y me dejas que lea las tuyas, que son MUY BUENAS. Tú si que eres poeta, preciosa.
    Muchos besitos!!!!!!!!!!!

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