miércoles, 14 de diciembre de 2011

Hombres en chándal

Tampoco es que una sea maniática.
Puedo tolerar muchas cosas en los hombres: el vello en ciertos lugares donde no debería estar. Que tengan una constitución que no les permita lucir una espalda
"extensa como una pradera por donde puedan pasearse los búfalos y los heliotropos", como soñaría Gioconda Belli en su poema Receta de varón...
Incluso encuentro morbo en la fealdad masculina que enciende en mí extraños instintos, desatando, entre otras muchas pasiones, la más sincera ternura.
Pero si hay algo que no soporto es el chándal.
Entiendo que, a no ser que el ejemplar esté de concentración con algún equipo de fútbol o se trate de un deportista de élite en pleno entrenamiento, es innecesario el uso de esta prenda. Y menos para ir al cine un viernes por la noche o a tomar una caña al centro.
Haberlos haylos.
A lo mejor sí que soy una maniática, y será cosa de la edad, pero yo los prefiero elegantes.

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En el blog de mi amigo JMBA leo que lo mejor es estar muy ocupado. Así se aleja, aunque sea de momento, a los depredadores del tiempo ajeno.
Tiene razón. 
A esta reflexión sumo la necesidad de aprender a utilizar el adverbio que se me antoja más complicado, el de negación absoluta.
El "no" es el espanta - vampiros más potente que conozco. 


miércoles, 7 de diciembre de 2011

El libre albedrío

Setenta y tantos temas. Programación didáctica. Aplicaciones prácticas. Defensa de la dignidad profesional ante un tribunal de colegas extenuados. Noches sin dormir, días sin vivir. Encarnizada competición. Algunos cabellos de menos en la cabeza y de más sobre la almohada. Dolor de estómago crónico... para llegar a la conclusión de que no he aprendido nada y de que lo necesario, realmente, es una formación específica docente que dote de recursos a nuestras bienintencionadas almas ante un aula repleta de individuos cabreados, muchas de las veces casi salvajes (el casi es prescindible dependiendo de los centros) que no quieren estar allí.
En fin. Menos mal que hay inspectores  de educación alérgicos a la tiza que nos solucionan la vida... (entiéndase la ironía).

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Suelo tener mala suerte con los bares nuevos. Ayer mismo se confirmó mi sospecha: soy gafe del todo.
El libre albedrío, en mi caso, se confunde con una falta total de eficacia, y decencia por parte del personal de mi nueva aventura en la hostelería gaditana de paseo marítimo y día de fiesta. Me dejaron abandonada casi dos horas, bajo un sol de justicia (el nuevo local no tiene paredes, y es chuli piruli) y una triste cerveza sin alcohol. Mientras, delante de mis excitadas narices por el olor de los crujientes de berenjena y queso que pedí y que nunca llegaron, pasaban platos y más platos, raciones y más raciones que siempre iban a otras mesas.
Para mi sorpresa y consuelo, había más descontento en el ambiente. No estaba sola en la batalla. Observé como familias enteras claudicaban a la desesperación y optaban por irse al bar de enfrente.
El camarero, cuando pedí la cuenta, se disculpó, muy apurado aparentemente. Pero no dudó en apuntarme una cerveza de más. Lo reclamé, educadamente. 
No volveré.

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lunes, 5 de diciembre de 2011

Reconociéndome

Empiezo a aprender qué es mi reflejo. Desde hace unos meses experimento una regresión al estadío del espejo que proponía Lacan, y como un bebé escudriño mis formas nuevas cayendo a plomo sobre las antiguas, en una suerte de extraño narcisismo masoquista.
Me cuesta visualizar cómo era mi cuerpo, antes de la cicatriz que me corona el monte de Venus. 
Sólo me reconozco cuando mi imagen y mi vida se completan, teniéndola a ella en brazos.

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jueves, 1 de diciembre de 2011

Los dedos fríos

Balzac fue asesinado en la escuela, donde todos los poetas son asesinados. Henry Miller. 

Hace unas semanas le entregué mi último manuscrito a un par de buenos amigos y grandes poetas.  Lo vengo haciendo desde que tengo sentido del ridículo.
Ellos son profesionales, minuciosos, exquisitos. Y así fue su crítica a mi humilde racimo de versos: exquisita, minuciosa y profesional.
Con lupa, observaron mi juego lírico, la métrica, a veces torpe. Los silencios y los espacios llenos.
Escudriñaron, con mi consentimiento (obvio), las palabras que yo había intentado hilar para crear un objeto literario hermoso.
Tacharon lo que no servía. Cortaron de aquí. Pegaron de allá. 
Un encomiable trabajo, sin duda, que admiro y agradezco infinitamente porque yo no sería capaz de ser tan valiente en terrreno ajeno cuando alguna vez algún alumno me ha pedido que corrija, que critique, que sea feroz..
Y mi cobardía reside en la constatación de este sentimiento que ahora me invade: la desolación.
Mentiría si afirmase que he aprendido inmediatamente de estas críticas. Más bien no.
El aprendizaje que estoy experimentando esta vez, es mucho más profundo que cambiar un par de versos de sitio, enderezar un endecasílabo mal acentuado u otorgar más o menos unidad a un poemario casi acabado.
Estoy aprendiendo humildad. Y en ese camino se pierden muchas cosas. Una de ellas es el entusiasmo y el apasionamiento inocente de quien escribe constantemente y se siente bien, orgulloso, especial, único y con el ego inflado (sin llegar a la obesidad mórbida que ya mencioné en entradas anteriores), propio de quien al firmar como "poeta" piensa que ya no hay nadie como él. 
Yo una vez me sentí así (y no negaré que ese sentimiento es dulce y adictivo). Permití, y aún me sigue tentando continuar permitiéndolo, que me doraran la píldora. 
Ahora sé que eso sólo me lleva al estancamiento, a la involución y no al crecimiento.
No estoy escribiendo nada. No puedo. Esto me enfada, merma mi autoestima. Pero estoy leyéndolo todo. Revisando, puliendo, intentando mejorar aquello mejorable.
Pero en este trance temo perder la esencia mágica de quien se entrega a la escritura automática.
La musa no pone su mano en mi mano. Ahora me dicta desde lejos.
A lo mejor es más profesional, pero se me quedan los dedos fríos.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Perder el norte

Las casas que salen en los anuncios siempre son así: de anuncio.
En el último del cacao soluble (sí, aquel que antaño se anunciaba en la radio y la televisión con una pegadiza canción sobre un africano tropical que traía sabor a sábado por la tarde), que ahora lleva "pepitas" que no se disuelven, dos niños, un chico y una chica,  ven caer el chocolate como si de copos de nieve se tratase, a través de unos extraordinarios ventanales de un también extraordinario chalet.
Los chavales bajan entusiasmados unas extraordinarias escaleras de sublime parquet en busca del codiciado tesoro chocolateado para el desayuno...
Me pregunto qué pensarán las familias que en nuestro gran país lo están perdiendo todo del dichoso cacao de las pepitas...
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Escuchar la radio de camino al trabajo es peligroso. El riesgo de llorar a mares con las noticias es elevadísimo debido a la pérdida total de visibilidad en la carretera. Y en la vida.

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A lo mejor me he equivocado de oficio, vocación o estilo de vida. A lo mejor soy demasiado alta o demasiado rubia (de bote), o me pinto demasiado los ojos...
A lo mejor frecuento demasiados saraos literarios y demasiadas redes sociales.
Pero es que soy hija única, y me metí a poeta para que me quisieras, para que me quisiérais, para que me quisieran.
A lo mejor soy una egocéntrica y una mediocre. Es lo más seguro.
Intentaré ser discreta, y creeré en otros dioses.
A partir de ahora negaré estar en antologías, rehusaré las invitaciones e intentaré fingir que quiero pasar desapercibida.
Estoy perdiendo el norte. Y ya se sabe lo que ocurre cuando uno se desorienta: llega la sequía.

martes, 8 de noviembre de 2011

A lo mejor piensa que soy una señora respetable

Él vive justo frente a mi casa. Suelo verlo entrar y salir. Pasea a sus perros, saca la basura, marcha al trabajo, vuelve del trabajo, entra, sale, entra, sale,...
Desde la ventana de mi dormitorio puedo ver la ventana de su cocina. Desde la ventana de mi cocina, veo la ventana de su dormitorio. Vive con su novia, pero a ella no la miro. Tampoco la veo.
Suele cocinar en slip. Debe hacerlo adrede, para que yo adivine sus atléticas formas a través de la persiana. La persiana que nunca cierra, porque hace calor. Hace calor...
Se recoge las larguísimas rastas rubias en un moño alto. Parece un efebo, un samurai (yo contengo el impulso de gritarle bravo, a lo Vicky Larraz, temo que me oiga).
Con precisión de cirujano pela las zanahorias, corta en juliana los pimientos, la cebolla, el ajo en trocitos, muy finos, como sus dedos... y va desgranándome las ganas.
Él vive justo frente a mi casa. Sale, entra, entra y sale.
Suelo verlo vivir, lo observo con ansiedad pecaminosa.
Él me da las buenas tardes, si alguna vez me mira, sin verme.
A lo mejor piensa que soy una señora respetable.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Inventario de enemigos

Lo malo de querer quedar bien con todo el mundo es la cantidad de explicaciones que se deben repartir a diestro y siniestro. El resultado casi siempre, es el opuesto: el quedar mal con casi todo el que se harte de escuchar excusas.
Curiosamente, las personas que jamás dan explicaciones, con sobredosis de amor propio (pasando el límite hacia el egoísmo las más de las veces) con un carácter desagradable a diario (puedo dar nombres, pero no lo veo necesario) son populares y respetadas, sí, respetadas. Si esas personas tienen un día un gesto amable, se valora tanto que el resto de gestos inoportunos (u oportunos, según se mire), son perdonados.
Este indulto de la gente no llega para quienes se esfuerzan en ser amigos universales. Paradojas de la vida.

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Las redes sociales son venenosas. Desde que me enganché, he vivido menos. Estoy pensando en suicidarme virtualmente, para renacer en lo real. Haré acopio de fuerza de voluntad.

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En estos días, cuando mi trabajo maternal a tiempo completo me lo permite, busco tiempo también para idioteces, tan propias de mi carácter, como por ejemplo "hacer inventario de amigos".
Lo suelo hacer, como si de un balance vital se tratara, cada cierto tiempo, y lo triste es que más veces de las que me agradaría reconocer, hay nombres de menos en mi lista personal.
Así que he cambiado el tercio. Toca hacer inventario de enemigos, que a lo mejor y a la larga, es más productivo e interesante, a la par de divertido si se le sabe sacar el jugo a las razones que llevan a algunos a desmarcarse de mi círculo, o a mí misma a echarlos amablemente de una patada, en sentido figurado, naturalmente.
Al principio era muy fácil: algún pretendiente despechado y suficientemente cabreado como para mantener su frustración en el tiempo, alguna fémina despechada también por mi suerte en el amor (en contadas ocasiones si me refiero al pasado, claro), algún compañero que envidió mi horario, o los cursos privilegiados que me habían correspondido en sorteo (santísima buena suerte), y muchos motivos que siempre acababan sabiéndose, y que, a pesar de la pesadumbre que dejan en el espíritu, me permitían respirar tranquila.
Lo peor es cuando la cosa se complica, y los odios germinan y florecen por doquier como malos hierbajos o como flor rara y silvestre que surge de pronto en el arcén de la carretera secundaria en que a veces se convierte la vida.
De estas animadversiones es complicado librarse, al igual que las manchas de vino tinto sobre un mantel blanco son capaces de estropear, al menos estéticamente, la más distendida y alegre de las citas.
Y ahí están. Y hay que vivir con ellos y ellas, e incluso aprender a convivir.
Por eso es conveniente hacer de vez en cuando, de tarde en más tarde todavía si cabe, inventario de enemigos conocidos, para ir cerrando el cerco a aquellos que no se conocen y son peligrosos. Es mejor tener cerca a los enfermos de envidia o aburrimiento, porque pueden enrarecer el aire hasta hacerlo irrespirable, y lo que es peor, contagiarnos.

domingo, 30 de octubre de 2011

Mis labores

La Guerra de Los Mundos, tanto la novela de H. G. Wells como la adaptación de Spielberg de 2005, me ha impactado desde que fue para mí un descubrimiento, allá en los años de la facultad.
Anoche mi compañero y yo tuvimos sesión de cine.  Nos empapamos de trípodes alienígenas, en versión original. Y no fue por el lambrusco tinto sino por los gritos de Dakota Fanning que terminamos la velada completamente ebrios.
Ya en la cama, verbalicé mi horror a que al día siguiente, o un día cualquiera, al salir a la calle nos topáramos de bruces con un cacharro gigantesco de otro mundo al que le diera por desintegrar, allí mismo, o en la puerta del Mercadona, a todo ciudadano de bien.
Mi compañero me tranquilizó bastante: el gobierno no se ocupa de nosotros, y de esta parte del país, menos (sólo hay que echar un vistazo alrededor para ver que ni el gobierno ni el ayuntamiento de la villa se preocupan). ¿Por qué razón se iban a molestar seres de inteligencia superior en pulverizarnos a nosotros? Seguramente empezarían por las capitales.
Pude pegar ojo. Menos mal.

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Siempre me ha llamado la atención la forma en que Popeye ingiere las espinacas: directamente de la lata, y sin rehogar ni saltear ni gracia apenas. Además, nunca he visto espinacas enlatadas. Esta la vertiente negativa de una mente ociosa. Pero ya me queda menos.

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En algunas ocasiones recibe mi persona extraños piropos y cumplidos. Pero viniendo de quien vienen, no sé si se trata de una amenaza en toda regla.
El otro día colaboré con la Fundación Caballero Bonald moderando una interesantísima mesa de debate con tres poetas de prestigio y renombre (que sí), acerca de la lectura de las obras clásicas y su influencia en la poesía actual. Resultó, por la expresión que pude observar en algunas caras de los asistentes, a pedir de boca. No creo haber defraudado en mi misión. Con sumo gusto lo trabajé.
Lo mejor llegó después con la exquisita conversación con una amiga buena poeta y buena persona sin embargo.
La guinda la pusieron algunos comentarios de los peces del río, algunos más gordos que otros.
Uno de ellos fue sumamente amable conmigo y me espetó: qué bien te veo Rosario, ¿qué tal tu niño? (mi hija se llama Helena). Hay que ver qué mala madre que eres, con lo tarde que es y tú aquí. (a esto respondí que yo también tengo vida propia a veces, y que a la abuela, o sea, a mi madre, tengo que ponerle un monumento en el jardín). Además, Rosario, eres muy valiente, porque vienes tú sola, sin tu marido, y conduciendo y todo. ¿Conduces bien verdad? (qué va, señor, después de conducir durante años por los destinos "turísticos" que la Junta de Andalucía ha tenido a bien obsequiarme en mi trabajo, apenas me muevo sin mi marido, o chófer en su defecto... hay que joderse).
No sé, a este tipo de machistas de otro tiempo habría que contestarles con un "váyase a la mismísima mierda", pero soy demasiado educada (las monjas me educaron también para no contestar y no ser grosera).
El exceso de educación a veces es perjudicial para la salud propia. Se lo recordaré a Helena.
Mientras, me dedicaré a "mis labores" no vayan a pensar que soy demasiado valiente por querer escribir y esas cosas de hombres.

martes, 25 de octubre de 2011

El mejor ejemplar de mi misma

Una vez alguien del mundillo, en una entrevista, me preguntó que a qué aspiraba yo. Que qué quería conseguir. ¿Premios? ¿Nombre? ¿Prestigio? ¿Una vastísima bibliografía propia? ¿El Nobel?
En ese momento contesté que lo mío era escribir. Lo que llenaba mi vida eran las letras, la literatura, la poesía en toda su dimensión. Leer y escribir. Escribir y leer. Todo lo concerniente a la palabra era mi mundo. Y quizás sí, quería ser alguien, estar en todos sitios, dar la lata para aparecer algún día en los libros de texto de mis futuros alumnos.
Ahora no estoy tan segura de lo que quiero. Ahora no lo sé. Ahora sólo sé que no sé nada. Y a lo mejor estoy en el camino correcto si he logrado llegar hasta Sócrates.

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Algunas veces sólo hay que pararse a escuchar a la gente de la calle para aprender filosofía.

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El prestigio no alimenta, ni abriga en las noches frías. El hambre de éxito corrompe el corazón de los hombres. La ambición por lograr la inmortalidad la sufren los artistas, pero también tienta a los asesinos. El día que asumamos que nuestra existencia es efímera y que dejaremos las huellas que nos corresponden, ni una más ni una menos, sólo ese día lograremos el equilibrio, y la felicidad completa nos visitará algunos días sueltos de la semana.

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Estoy aprendiendo muchas cosas en estos últimos cinco meses. Será desde que formo parte del "club de madres".  No sé si aprender tanto es positivo. Desde que llevo impresa en la frente la fórmula métrica de los endecasílabos he caído de bruces en una crisis de estreñimiento poético. Y a propósito de estas reflexiones, he caído en la cuenta de que existe un anuncio en televisión (creo que se trata de una entidad bancaria), que habla precisamente de aprender y desaprender, refiriéndose al concepto de que si uno desaprende se quita los "vicios" que le llevan a alejarse de la verdadera esencia del yo primigenio.
Entre eso, y el "encuéntrate a ti mismo" de los libros de autoayuda, creo que me retrotraeré (o me retrollevaré) a la edad de los garabatos.

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La popularidad es directamente proporcional a la novelería de la gente. Eso dice un amigo. Tiene toda la razón.

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Mejor aspirar a ser, si es que no se pueden alcanzar cotas más altas, el mejor ejemplar de uno mismo.

sábado, 26 de marzo de 2011

Higiene

Últimamente me estoy rodeando de personas que aportan a mi vida algo muy necesario: dosis extraordinarias de higiene social, mental y moral.
Y porque nunca es tarde para perder el miedo al qué opinarán los demás, a dejar de prestar atención a los posibles desprecios, malas artes y envidias encubiertas, desoir de una vez por todas las maledicencias....
En definitiva, tengo grandes amigos a día de hoy que ayudan mucho a practicar un sanísimo egoísmo que sienta la mar de bien para el cutis, y para el equilibrio mental.
Por tanto, mantendré estos buenos hábitos que estoy adquiriendo, y seguiré siendo yo misma, pero sin culpabilidad ni necesidad de ir por la vida pidiendo disculpas por respirar, o sintiéndome obligada a quedar bien con todo el mundo.
Así, que desde aquí, a los que me enseñan a usar mejor esa fuerza que sin duda ya estaba en mi interior, GRACIAS.

viernes, 25 de marzo de 2011

Como gata boca arriba

Con "las patas colgando" como diría mi abuela.
Así me quedo yo viendo la extraña actitud de algunas personas.
Homo homini lupus, afirmó Plauto y luego Hobbes. Y no se equivocaban.
También mi abuela decían que a los que enjuician, critican, o despellejan vivos a los demás, cuando éstos (los demás) no están hay que darles razones, para que, si te odian y maldicen, lo hagan con razón.
Ahora me doy cuenta, que pese a no haber podido disfrutar de una educación completa, ni hacer gala de una cultura de excepción, mi abuela era excepcional, y cuando sentenciaba, lo hacía con la sabiduría de la vida, de la experiencia, del sufrimiento...
Recuerdo cuando contaba historias de la guerra, y de su miedo a volver a vivir esa época en que había cierta licencia para odiar y matar, dando rienda suelta a las envidias y a las pasiones más bajas.
Contaba ella, que los vecinos se odiaban, simplemente por tener menos tomates en la huerta que el de la huerta de al lado...y así, por exceso de rojez, acusaban al que vivía puerta con puerta de comunista.... irónicamente, un día llegaban y se llevaban al vecino, simplemente por tener no sólo más tomates, sino más hijos, y éstos además, más guapos que los propios.
Así de triste.
Menos mal que no estamos en guerra, o eso parece, y que los vecinos, o simplemente el prójimo, no puede venir a pegarte un tiro...
O quizás sí, y se lleve a tu hija adolescente, para asesinarla, hacer desaparecer su cuerpo, y reirse de ti en tus narices. Total, la impunidad es un hecho.
Y El Cuco ha sido absuelto. Qué sociedad tan mediocre, qué chabacanería.
Pero bueno, mientras exista Jorge Javier Vázquez y su basurero millonario, que nos las den todas por el mismo sitio. Qué calladitos estamos, tan fieros que hemos sido siempre...
Parece que mi abuela tenía razón, en todo. Pero no las monjas del colegio en el que me crié.
Ingenuas ellas, inculcaban las buenas obras. Si hacíamos el bien, recogeríamos los frutos.
Se vé que no, y que no siempre, sino nunca, ganan los buenos.

viernes, 11 de marzo de 2011

Egus Poéticus

Nadie mejor que Larra para describir la frustración más profunda de los que, o bien por afición, por vocación, por ganarse las lentejas, o por todas esas razones juntas, se dedican al noble oficio de darle a la pluma, o en estos tiempos tecnológicos, a la tecla, y "escribir es llorar", en España, y más en Andalucía "la baja" (guiño a los amigos de la compañía teatral La Zaranda). O yo diría que sentir amor a las letras es maravilloso, sí, pero una gran putada, con perdón, cuando hoy día está de moda ser poeta, novelista o cuentista.
Cualquiera puede publicar cualquier cosa, tenga o no calidad. Se venden menos libros cada vez, y la crisis avanza, pero hay megapoetas y chupi-poetas por doquier.
El ansia enfermiza de notoriedad, el aburrimiento, el "si ese puede yo también", y la obesidad mórbida del ego como nueva epidemia en las letras del siglo XXI van diezmando a su paso todo lo que encuentran, dejando atrás tierra baldía y mucha desilusión.
Un amigo escritor de poesía, de esos de los que sí lo son, me consolaba en mis momentos de riesgo de huída por mi parte, argumentando que esto es puntual, que la manía poética de usar y tirar que ahora estamos viviendo pasará, y prevalecerán los textos, los versos, la poesía por encima de los nombres o los focos en esos absurdos clubes de la comedia donde se recita emulando a Lady Gaga.
Todo es una racha, una extraña corriente grotesca, que nada tiene que ver con el lenguaje, con el verdadero sentido de una poética que parece haber pasado a segundo plano.
No todo es poesía, ni la poesía lo es todo.
Pero en los tiempos del todo vale, también se incluye en el mismo saco, no sólo a la poesía, sino a la literatura en general, con todos sus géneros y variantes.
Escribir un libro parece fácil. Publicarlo, parece que también.
Cualquiera puede labrarse un nombre y un pseudoprestigio rápido en las redes sociales, dando la lata suficiente, alardeando de todo lo que se hace, o se pretende hacer.
Tener o no talento no importa demasiado. Lo más imortante es presentar cualquier cosa, da igual la métrica, el estilo, el contenido o la forma a TODOS los concursos que aparezcan en el google. Alguno cae, seguro. Ya sea en Yucatán, Colbun o en un pueblo perdido de algún lugar inhóspito (que conste que no tengo nada en contra de esos concursos, quizás sean hasta más puros que los más conocidos para el mundillo, porque ya sabemos como funciona cualquier cosa que esté monopolizada por seres humanos, nos meteremos todos).
Lo que menos importa son las palabras, el poema en sí pasa a segundo plano. Importa cómo se recite, a quien se recite, y si hay suficientes luces de colores enfocando, o muchas cámaras de televisión.
¿Dejar un poema dormir, para revisarlo o pulirlo? Qué tontería. ¿Tirar de oficio? Qué estupidez.
Mejor lo que se vomita directamente sobre el papel (o la pantalla en su defecto),
Y lo más triste es que muchos poetas fuera de serie están quedando ninguneados por aquellos personajes más mediáticos, o más duchos en esto del márketing, o las relaciones públicas.
Triunfan los que saben venderse. Eso es una máxima que no falla.
La cuestión es que estamos hablando de poesía, de literatura y no de tejido empresarial.
Son otro tipo de tejidos los que nos preocupan, aquellos que conforman la sensibilidad, aquellos que son la materia prima de la que surge el arte, aunque editores y libreros vivan de ese arte, y en el fondo, todo se traduzca a dinero y negocio.
Pero eso es harina de otro costal, y formaría parte de otro debate, u otro artículo. Sin duda es necesario que la poesía recobre el valor que se merece, y que igual que se contrata a músicos, monologuistas o magos para un espectáculo, si se invita a un poeta para que "distraiga" al personal de un bar, o una sala, éste debe ser recompensado, al menos comprando sus libros para poder seguir adelante en este camino tan complicado, el cual, la mayoría de las veces, viene impuesto desde el nacimiento, y está en la misma sangre.
Aquellos que están realmente "tocados", "heridos" por este extraño vicio de escribir, de poetizar la realidad circundante, de pensar en palabras dispuestas a modo de imágenes, fogonazos del interior, revestidos de tropos, fórmulas silábicas, símbolos,... lo saben, lo saben bien. Y se distinguen entre la muchedumbre.
Y en esa verdad no caben los mediocres.
Otra amiga siempre me dice que para no ver, basta con cerrar los ojos. Y he dejado de pensar que es una actitud cobarde. Más bien todo lo contrario. A veces hay que taparse los ojos y esperar que pase la tormenta, y mientras, guardar en el gaznate un buen puñado de versos para ponerlos en pie, con trabajo, con mimo, con tiempo suficiente.
Con casi total seguridad (me guardo el casi para no caer en la apatía total, o en la desesperación en el peor de los casos) mis textos no se recordarán, no llegaré al Párnaso, ni conviviré con las musas. Tampoco me erijo abanderada de ninguna causa perdida.
No soy nadie para juzgar, aunque sí para opinar, ya que es un derecho de todo ser humano más o menos inteligente.
Quizás la mediocridad me haya infectado desde las raíces, sin tratamiento posible.
Pero lo que sí procuro es poner a dieta el ego, siempre que noto que pesa más de lo normal, y a base de sano ejercicio de humildad y altruísmo (a veces me paso de altruísta y caigo en la gilipollez más absoluta siendo deudora de mi misma), mantengo la línea y la cordura.

domingo, 27 de febrero de 2011

Carnaval

Mi profesión me ha alejado de Cádiz algunos años, y al trabajar fuera, me he convertido, automáticamente en la "gaditana" del lugar, con toda la carga "graciosa" que conlleva. Huelga decir que me siento orgullosa de mi ciudad, de mi origen, de mi tierra. Por supuesto.
Pero ser de Cádiz, como de cualquier otro sitio, lleva implícitos una serie de tópicos y lastres que pesan bastante dependiendo de las circunstancias.
Cuando se acerca la época que nos ocupa, este peso se acentúa de modo alarmante, y llega el cordial interrogatorio jalonado de comentarios del tipo"¿te vas para Cádiz en carnavales?" o bien "¡ya empieza el ambiente de carnaval, estarás entusiasmada, ¿no?" o a posteriori, la pregunta de rigor "gaditana, ¿qué tal te lo has pasado en los carnavales?".
Y no falla. Siempre me encuentro con la misma reacción de extrañeza, de reproche, e incluso de desprecio, pese a que intento ser agradable y no hacer notar el fastidio que me produce que se dé por hecho que sólo por ser de donde soy, ya tengo que ser aficionada al pito de caña y al chascarrillo fácil.

Si respondo que no me entusiasma nada la fiesta, que desde hace años procuro huir lo más lejos posible del "ambiente carnavalero o carnavalesco", y que prefiero otras cosas, lo que encuentro es incomprensión la mayoría de los casos, cuando no un rechazo irracional hacia mi persona, sobretodo por parte de mis paisanos, quienes no entienden ni de lejos que yo no comparta la pasión desmedida por los gaditanismos folclóricos.

Soy de padres viñeros (para quien no lo sepa, gaditanos castizos, del Barrio de la Viña, señero lugar de Cádiz, cuna del Carnaval), he vivido a fondo la fiesta, y la conozco bien, desde los ensayos de las agrupaciones, pasando por la Gran Final del Falla con amigos y frutos secos, mañanas de domingo en la calle, buscando a las "ilegales" (aquellas agrupaciones, chirigotas, que no han concursado en el Gran Teatro Falla), noches de pregón y ninfas, terribles sábados por la noche y desfiles de la Gran Cabalgata...
Mis padres me han llevado a las fiestas infantiles del Falla, cuando las había. He ido a los bailes de disfraces del Club Náutico, y a la barra del Faro a esperar que llegara el Yuyu (un año incluso vimos arrancarse por bulerías a Sara Baras allí mismo, gloria bendita...). He comido tapas de mojama y queso en El Manteca, también.
He intentado fundirme con la opinión popular, ser más gaditana si cabe, saber mucho de comparsas, autores, artistas, y debatir sobre cuplés, pasodobles, cajonazos y pelotazos...
Antes hasta me sabía de memoria repertorios enteros.
Seguí a la chirigota de mis primos por toda su gira provincial (estuve en el Cine Macario de El Puerto de Santa María acompañando a la susodicha chirigota).
Me he disfrazado de los "tipos" (en la época en que mi tío y mi padre salían en el coro de Los Dedócratas, eran disfraces) más variopintos.
He aguantado horas y horas en la calle, en la noche, en el frío y en la lluvia, dando vueltas entre el gentío de la Plaza Mina o callejeando sin rumbo, esquivando vomitonas, borrachuzos, micciones inoportunas y algún que otro exhibicionista. Me han atracado, he visto sangrientas broncas y he esperado la cola para coger un taxi con las piernas entumecidas...
También he estado en el carrusel de coros, comiendo bocadillos y bebiendo latas (para no gastar en hostelería, de eso saben bien muchos de los que vienen en tropel de fuera, así que no sé donde está el negocio para la ciudad), soportando aglomeraciones, empujones y lipotimias colectivas.
He visto La Caleta, en plena puesta de sol, la más maravillosa del mundo, inundada de bolsas de plástico, litronas vacías, desperdicios e inmundicia.
Si algún año he recibido a algún amigo de Madrid, me lo he tenido que terminar llevando a tapear a otro sitio, porque en el meollo del asunto es prácticamente imposible...
Por la noche, si ese amigo quería bailar en alguna carpa o discoteca, después de mucho luchar, a lo mejor conseguíamos entrar en algún sitio. Al ir al baño, menos mal que llevaba en el baño un bote pequeño de limpiacristales, para limpiar el extraño polvo blanco a toneladas...
No sé.
A lo mejor soy muy derrotista, no cabe duda que es posible, sí.
Pero si digo alguna vez que no me gusta Cádiz en carnaval, no es por tirar por tierra mi ciudad ni a su gente, pero sí soy realista, y salvo las bellas excepciones de la tradición en esta maravilla atlántica y trimilenaria que conciernen a la sátira, a la poesía de las buenas letras, al soniquete de un tango, al evocar la memoria de Paco Alba, o las buenas chirigotas de antaño, o el magnífico pregón de Javier Ruibal, sólo nos quedan restos decadentes de una fiesta que en mi opinión, dejó hace mucho en la cuneta el verdadero espíritu gaditano.

Durante demasiados días (el carnaval aquí dura casi el año entero) son demasiadas agrupaciones, demasiados inscritos, demasiado paro y demasiada miseria. No lo entiendo.
Quiero a mi ciudad, y quiero a mi gente, y me parecen plausibles y admirables los intentos esforzados de algunos de mis amigos entusiastas de lo auténtico del Carnaval de Cádiz, aquellos periodistas con renombre y prestigio que defienden la fiesta, aquellos políticos que venden el carácter de la celebración en Madrid y en el mundo, aquellos que ponen toda la carne en el asador para que un ente abstracto se haga sólido y una apuesta económica para la ciudad en un momento tan crítico como el que estamos viviendo.
Pero por desgracia, la masa, el populacho y la chabacanería terminan por deslucir todos esos esfuerzos y toda esa buena voluntad. Y ni las agrupaciones que ganan el concurso están en Cádiz los días señalados...
Por eso, puedo decir, sin miedo, que no, que no me gusta el carnaval, que prefiero pasear por la Alameda, por el Parque Genovés, por la Playa de la Victoria o disfrutar de todos y cada uno de los rincones de este monumento sobre el agua, cualquier momento del año, cuando sea más fácil entrar y salir de la ciudad, cuando aparcar no sea una utopía, y cuando el olor reinante sea el del mar al atardecer, y no el de orines pasados de alcohol.

Lo siento si ahora me agencio enemigos nuevos. Creo que estoy en mi derecho a opinar, libremente. Seguiré escuchando por la radio algún coro, o chirigota, cuando me apetezca, si es que me apetece, y me seguirá emocionando escuchar el sonido más típico, el que me recuerda a mi infancia, más aún si me encuentro lejos de aquí.
Pero no tengo una venda en los ojos. Si me dan a elegir entre progreso y empleo para Cádiz y absurdas plataformas de carnaval para el verano (o barbacoas sucias en la playa a mediados de agosto), elegiré por supuesto lo primero.
Ya empieza el carnaval.
Que lo disfrute el que quiera y pueda. Tiene mis respetos. Pero eso sí, a mear a casita, que la piedra ostionera y los cañones de las esquinas ya están bastante castigados.
Salud.

jueves, 10 de febrero de 2011

Los mejores amigos de turno...

Hay personas que apoyan lo que creen que es amistad sobre extraños cimientos: la protección a los que creen "débiles", o inferiores, u otras personas más sensibles.
Más de una vez me he encontrado con el "mejor amigo" de turno que se alimenta, cual vampiro emocional, del dolor de los demás, de las desgracias ajenas, y nutren la propia autoestima con una dieta algo desequilibrada, que sin duda pasará factura a medio plazo, pero que de momento parece que les compensa, como el efecto inmediato de las drogas duras...
Estos sujetos dejan sangrante y maltrecha a la víctima, justo cuando ésta empieza a salir de alguno de sus agujeros, y es que estos individuos (o individuas) a los que yo llamo "mejores amigos de turno" le llevan pan y agua a su objetivo, en vez de procurarles la salida, de mostrarles la puerta o facilitarles la ascensión al mundo exterior.
Si por casualidades de la vida (o fruto del esfuerzo), el parasitado consigue ver la luz, y salir a flote, e incluso triunfar en la vida, pierde automáticamente buena parte de la nómina de mejores amigos, es matemático.
Hay estudios científicos que lo corroboran, o quizás no, pero la experiencia propia y ajena dejan buen muestrario de la condición humana, a la que todos pertenecemos, y sus extraños movimientos y actitudes.

viernes, 28 de enero de 2011

Soy yo

Soy mujer. Soy niña.

Soy persona cualquiera.

Soy distinta y diferente, única y especial. Como todo el mundo.

Soy ardiente si me dejan, y fría cuando no es oportuno.

Soy mejor amiga, y enemiga de mi misma.

Amo y odio mi nombre. Desconozco mi nombre verdadero.

Soy amasijo de huesos y carne, impulso eléctrico, confusión y decisión.

Soy líquida y me desharé en fluídos que se secarán al sol.

Se alimentarán las entrañas del mundo con mis cenizas.

Soy voz que sangra. Risa, música, grito, silencio forzoso.

Soy ausencia. Soy árbol hueco y girasol.

Soy duda, certeza, amor y miedo.

Camino sobre el mar y me hundo en la tierra.

Tengo hambre de cielo, y desprecio lo asequible.

Soy creyente y perdí mi religión en una biblioteca.

Soy celosa de la luz en la noche,

del calor en invierno

y del frío en pleno verano.

Tengo el alma descalza y hiero mis pies a propósito.

Soy animal primitivo.

Filósofa de la ignorancia.

Soy mujer, soy niña, soy persona cualquiera.

Soy yo.

martes, 25 de enero de 2011

Justo lo que no se debe hacer

Todo lo que jamás debe hacerse es mostrar la transparencia del existir, dejando ver la maquinaria, para que todos sepan el mecanismo exacto, el funcionamiento preciso, qué palancas y botones han de tocar para desactivarte la energía y esos impulsos electricos que alimentan las ganas de vivir.
Nunca, NUNCA, hay que regalar armas a los semejantes para que puedan agredirte con ellas.
Jamás debe darse rienda suelta a las neuras, aunque sea terapéutico.
Jamás debe uno fiarse de su psicólogo, ni de su madre, ni de su mejor amigo.
Es dañino optar por la sinceridad más dura y absoluta. Es peligroso subir el volumen de los pensamientos, hasta hacerlos audibles.
El riesgo de convertir al reflejo de uno mismo en el espejo en tu peor enemigo late en cada sentimiento verdadero hecho público
Elegir andar desnuda por el mundo provoca incomodidad, odio, miedo, incluso envidia, pero en los demás. Un modo de vida poco inteligente quizás en esta realidad de tablero de ajedrez.
Pero prefiero tener claro el tipo de piezas que me corresponden, a huir del juego.
Bienvenidos a mi nuevo blog.