martes, 25 de octubre de 2011

El mejor ejemplar de mi misma

Una vez alguien del mundillo, en una entrevista, me preguntó que a qué aspiraba yo. Que qué quería conseguir. ¿Premios? ¿Nombre? ¿Prestigio? ¿Una vastísima bibliografía propia? ¿El Nobel?
En ese momento contesté que lo mío era escribir. Lo que llenaba mi vida eran las letras, la literatura, la poesía en toda su dimensión. Leer y escribir. Escribir y leer. Todo lo concerniente a la palabra era mi mundo. Y quizás sí, quería ser alguien, estar en todos sitios, dar la lata para aparecer algún día en los libros de texto de mis futuros alumnos.
Ahora no estoy tan segura de lo que quiero. Ahora no lo sé. Ahora sólo sé que no sé nada. Y a lo mejor estoy en el camino correcto si he logrado llegar hasta Sócrates.

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Algunas veces sólo hay que pararse a escuchar a la gente de la calle para aprender filosofía.

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El prestigio no alimenta, ni abriga en las noches frías. El hambre de éxito corrompe el corazón de los hombres. La ambición por lograr la inmortalidad la sufren los artistas, pero también tienta a los asesinos. El día que asumamos que nuestra existencia es efímera y que dejaremos las huellas que nos corresponden, ni una más ni una menos, sólo ese día lograremos el equilibrio, y la felicidad completa nos visitará algunos días sueltos de la semana.

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Estoy aprendiendo muchas cosas en estos últimos cinco meses. Será desde que formo parte del "club de madres".  No sé si aprender tanto es positivo. Desde que llevo impresa en la frente la fórmula métrica de los endecasílabos he caído de bruces en una crisis de estreñimiento poético. Y a propósito de estas reflexiones, he caído en la cuenta de que existe un anuncio en televisión (creo que se trata de una entidad bancaria), que habla precisamente de aprender y desaprender, refiriéndose al concepto de que si uno desaprende se quita los "vicios" que le llevan a alejarse de la verdadera esencia del yo primigenio.
Entre eso, y el "encuéntrate a ti mismo" de los libros de autoayuda, creo que me retrotraeré (o me retrollevaré) a la edad de los garabatos.

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La popularidad es directamente proporcional a la novelería de la gente. Eso dice un amigo. Tiene toda la razón.

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Mejor aspirar a ser, si es que no se pueden alcanzar cotas más altas, el mejor ejemplar de uno mismo.

4 comentarios:

  1. Hola Virtudes, es cierto lo que dices y de una forma tan poética, Sócrates fue el primero en dejar escrito, que es vaciándonos de lo aprendido que llegamos al verdadero conocimiento de nuestra esencia con su inmortal frase. La verdad, cada día uno se da más cuenta que es necesario retirar el polvo que nos impide ver hacia adentro.

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  2. Yo creo que has dado en el clavo en lo siguiente: aspirar a dejar huella. Eso queremos los escritores. Pero no la huella de Amstrong en la Luna. Nada más lejos. Huella en las páginas para que los nuestros nos lean. No aspiro -yo- a nada más. Para que mis hijos lean cosas que no vieron y aprendan de otros. Para que conozcan a los que los precedieron. Para que nada se borre del album de recuerdos. Y, en última instancia para que esos detalles que son imperceptibles para otros queden consignados. Sean, de algún modo, eternos.
    Preciosa reflexión, muy poco habitual en estos tiempos de codicias. Gracias, Rosario

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  3. Mi querido Alex:
    Muchas gracias por tu comentario, de corazón. Pero siento darte una mala noticia: no soy Virtudes, sino Rosario (Troncoso).
    Un beso grande.

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  4. Carmen, amiga, compañera, muchas gracias por dejar tu huella por aquí. Es un gran honor, y una tranquilidad muy grande el saber que opinas de forma parecida. Gracias por estar ahí. Me tienes también pendiente de tus cosas, siempre.
    Muchos besos.
    Charo.

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