La Guerra de Los Mundos, tanto la novela de H. G. Wells como la adaptación de Spielberg de 2005, me ha impactado desde que fue para mí un descubrimiento, allá en los años de la facultad.
Anoche mi compañero y yo tuvimos sesión de cine. Nos empapamos de trípodes alienígenas, en versión original. Y no fue por el lambrusco tinto sino por los gritos de Dakota Fanning que terminamos la velada completamente ebrios.
Ya en la cama, verbalicé mi horror a que al día siguiente, o un día cualquiera, al salir a la calle nos topáramos de bruces con un cacharro gigantesco de otro mundo al que le diera por desintegrar, allí mismo, o en la puerta del Mercadona, a todo ciudadano de bien.
Mi compañero me tranquilizó bastante: el gobierno no se ocupa de nosotros, y de esta parte del país, menos (sólo hay que echar un vistazo alrededor para ver que ni el gobierno ni el ayuntamiento de la villa se preocupan). ¿Por qué razón se iban a molestar seres de inteligencia superior en pulverizarnos a nosotros? Seguramente empezarían por las capitales.
Pude pegar ojo. Menos mal.
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Siempre me ha llamado la atención la forma en que Popeye ingiere las espinacas: directamente de la lata, y sin rehogar ni saltear ni gracia apenas. Además, nunca he visto espinacas enlatadas. Esta la vertiente negativa de una mente ociosa. Pero ya me queda menos.
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En algunas ocasiones recibe mi persona extraños piropos y cumplidos. Pero viniendo de quien vienen, no sé si se trata de una amenaza en toda regla.
El otro día colaboré con la Fundación Caballero Bonald moderando una interesantísima mesa de debate con tres poetas de prestigio y renombre (que sí), acerca de la lectura de las obras clásicas y su influencia en la poesía actual. Resultó, por la expresión que pude observar en algunas caras de los asistentes, a pedir de boca. No creo haber defraudado en mi misión. Con sumo gusto lo trabajé.
Lo mejor llegó después con la exquisita conversación con una amiga buena poeta y buena persona sin embargo.
La guinda la pusieron algunos comentarios de los peces del río, algunos más gordos que otros.
Uno de ellos fue sumamente amable conmigo y me espetó: qué bien te veo Rosario, ¿qué tal tu niño? (mi hija se llama Helena). Hay que ver qué mala madre que eres, con lo tarde que es y tú aquí. (a esto respondí que yo también tengo vida propia a veces, y que a la abuela, o sea, a mi madre, tengo que ponerle un monumento en el jardín). Además, Rosario, eres muy valiente, porque vienes tú sola, sin tu marido, y conduciendo y todo. ¿Conduces bien verdad? (qué va, señor, después de conducir durante años por los destinos "turísticos" que la Junta de Andalucía ha tenido a bien obsequiarme en mi trabajo, apenas me muevo sin mi marido, o chófer en su defecto... hay que joderse).
No sé, a este tipo de machistas de otro tiempo habría que contestarles con un "váyase a la mismísima mierda", pero soy demasiado educada (las monjas me educaron también para no contestar y no ser grosera).
El exceso de educación a veces es perjudicial para la salud propia. Se lo recordaré a Helena.Mientras, me dedicaré a "mis labores" no vayan a pensar que soy demasiado valiente por querer escribir y esas cosas de hombres.
Y que bien que te dediques a tus labores, a escribir y a crear; y que mal que todavía haya gente tan estúpida y vacía como el caballero sumamente amable.
ResponderEliminarHola preciosa. Muchas gracias, de corazón, por tu comentario. En nada nos vemos y te planto un par de besos. A seguir siendo como eres, creativa y única.
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