jueves, 1 de diciembre de 2011

Los dedos fríos

Balzac fue asesinado en la escuela, donde todos los poetas son asesinados. Henry Miller. 

Hace unas semanas le entregué mi último manuscrito a un par de buenos amigos y grandes poetas.  Lo vengo haciendo desde que tengo sentido del ridículo.
Ellos son profesionales, minuciosos, exquisitos. Y así fue su crítica a mi humilde racimo de versos: exquisita, minuciosa y profesional.
Con lupa, observaron mi juego lírico, la métrica, a veces torpe. Los silencios y los espacios llenos.
Escudriñaron, con mi consentimiento (obvio), las palabras que yo había intentado hilar para crear un objeto literario hermoso.
Tacharon lo que no servía. Cortaron de aquí. Pegaron de allá. 
Un encomiable trabajo, sin duda, que admiro y agradezco infinitamente porque yo no sería capaz de ser tan valiente en terrreno ajeno cuando alguna vez algún alumno me ha pedido que corrija, que critique, que sea feroz..
Y mi cobardía reside en la constatación de este sentimiento que ahora me invade: la desolación.
Mentiría si afirmase que he aprendido inmediatamente de estas críticas. Más bien no.
El aprendizaje que estoy experimentando esta vez, es mucho más profundo que cambiar un par de versos de sitio, enderezar un endecasílabo mal acentuado u otorgar más o menos unidad a un poemario casi acabado.
Estoy aprendiendo humildad. Y en ese camino se pierden muchas cosas. Una de ellas es el entusiasmo y el apasionamiento inocente de quien escribe constantemente y se siente bien, orgulloso, especial, único y con el ego inflado (sin llegar a la obesidad mórbida que ya mencioné en entradas anteriores), propio de quien al firmar como "poeta" piensa que ya no hay nadie como él. 
Yo una vez me sentí así (y no negaré que ese sentimiento es dulce y adictivo). Permití, y aún me sigue tentando continuar permitiéndolo, que me doraran la píldora. 
Ahora sé que eso sólo me lleva al estancamiento, a la involución y no al crecimiento.
No estoy escribiendo nada. No puedo. Esto me enfada, merma mi autoestima. Pero estoy leyéndolo todo. Revisando, puliendo, intentando mejorar aquello mejorable.
Pero en este trance temo perder la esencia mágica de quien se entrega a la escritura automática.
La musa no pone su mano en mi mano. Ahora me dicta desde lejos.
A lo mejor es más profesional, pero se me quedan los dedos fríos.

3 comentarios:

  1. pues encuentro muy bonita tu íntima reflexión en voz baja aunque pública en el blog. Porque además tu escritura discurre como por un cauce vivo pero contenido, es decir, que transportando emoción posee a la vez serenidad.Es verdad, la fría razón paraliza, y hacer más consciente el propio decir por un lado enriquece pero por otro moviliza otras instancias censoras que maniatan y coartan la libre inspiración. No hay otro remedio, no hay vuelta atrás, repulir y aprender, y a la vez soltar la mano a veces sin que pese la autoconciencia. Cuántas veces leemos a uno de los Escritores admirados y, lo hacen tan bien, que nos decimos y ahora dónde voy yo con lo mío.
    Me encantó conocer tu blog. Saludos blogueros

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  2. gracias por seguirme, sigo yo ya también tu apasionante blog
    saludos blogueros

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  3. Hola José Antonio!! Encantada de conocerte aunque sea virtualmente de momento.
    Muchas gracias por tus palabras, de corazón.
    Seguiré a diario tu lugar en la red. Así, si todos nos tenemos en cuenta nos sentiremos menos solos en este océano cibernético y extraño.
    Muchos besos desde Cádiz y saludos blogueros.

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